La llegada de Mario Salas a Colo-Colo fue una mezcla extraña. Llegó con tres títulos a cuestas tras su paso por el Sporting Cristal peruano. Antes de eso, fue bicampeón con Universidad Católica y quedó eliminado en los cuartos de final con la selección chilena sub-20 en el mundial de Turquía 2013. Buen currículo que, sumado a su pasado albo, lo llevaron a la banca del club más popular de Chile. Pero más allá de eso, nunca convenció.
El comandante, apodo que obtuvo por sus frases y arengas relacionadas a Ernesto Che Guevara, dejó de ser un líder dentro del campo de juego. No hablemos de jugadores haciéndole la “cama”, ni ninguno de esos lugares comunes propios del periodismo. El equipo no le capta la idea de juego. No hay un funcionamiento ofensivo colectivo. Dependemos de individualidades. Y hace años que ha sido así.
Después del exitoso proceso de Claudio Borghi, lo más cercano a filosofía grupal fue la dupla de Héctor Tapia y Miguel Riffo el 2014. Más allá de los sobresalientes rendimientos de Justo Villar, Jaime Valdés y Esteban Paredes, el equipo destacaba por su rendimiento. Existía una columna vertebral de memoria. Prueba de esto, del compromiso del equipo con el cuerpo técnico era el nivel de Felipe Flores. Un hombre resistido por su irregularidad pero que con la camiseta blanca jugaba y hacía jugar. Hoy, no queda nada.
Tenemos excelente jugadores. Tienen buen ánimo. Se ríen entre ellos y hay una dinámica interesante en ese sentido. Bromean y se abrazan. Aquello es fundamental en un grupo de trabajo. El tema está en que parece que se les está olvidando responder en cancha. Y más allá de lo profesional que deben ser, el jefe ya no está dando el ancho.
Salas no convence. Su estilo de juego no es atractivo. Sí, puedes no ser atractivo y efectivo. Pero no es el caso. El “Cacique” preocupa bastante de cara a lo que viene. Las lesiones abundan y con eso, la lista de nombres se empieza a acortar. Pero lo más preocupante es que Colo-Colo se transformó en un equipo que juega a la contra, con pelotazos a los espacios, y absoluta dependencia de Óscar Opazo, Marco Bolados y Brayan Cortés.
No hay caso. Tiempo ha tenido de sobra. El equipo debería estar mostrando “mejoras” hace rato. Salas tiene jugadores de calidad. Debería estar teniendo mejores resultados. Pero no. No tenemos juego ni resultados.
Que se acabe el populismo de su discurso. Que se acabe su cero autocrítica. Que se acaben sus eternas sonrisas cuando perdemos y su frase cliché de “tenemos oportunidades de mejora”.
Debe ser un buen tipo. Nadie puede negar que no es profesional ni trabajador. Pero el fútbol necesita de discurso y rendimientos.
La respuestas es una sola: nadie lo esta escuchando, profe.